Con el paso del tiempo, nuestro cuerpo experimenta una serie de cambios a los que debemos ajustar nuestro estilo de vida para sentirnos bien. Algunos hábitos son más sencillos de cambiar que otros y en lo referente a cómo queremos lucir frente al espejo, las expectativas suelen estar sugestionadas por las modas y estándares impuestos por otros.
La alimentación puede ser nuestro mejor aliado para encontrarnos con nuestro cuerpo, bien sea para bajar de peso (el caso más frecuente) o para aumentarlo (aunque no lo creas, en efecto muchas personas están luchando por subir de peso y llegar a una talla saludable) según sea el caso.
Conocer cuáles son los factores que afectan nuestra relación con la comida es clave para encontrarnos con nuestro verdadero “cuerpo de verano” ese que nos hace sentir plenas y empoderadas.
Con esto en mente, el panorama frente a un plan de alimentación puede que ya no se enfoque en bajar de peso, pues ya no se trata solo de comer menos, sino de ajustar la alimentación a medida que el cuerpo “cambia” y esto no lo contempla prácticamente ningún plan comercial.
Es cierto que superada la adolescencia, cuando nuestro cuerpo tiene una actividad hormonal muy activa, y en los inicios de la edad adulta, se tiene un ritmo de vida acelerado. No se requiere más energía para crecer, por lo que los excesos que no se consumen, se acumulan. Así pues comienza una etapa que altera nuestra manera de relacionarnos con los alimentos y una incesante búsqueda del cuerpo perfecto. Dejamos atrás nuestra apariencia anterior y ahora queremos lucir mucho mejor.
La naturaleza del envejecimiento representa un gran desafío para los especialistas y los pacientes, especialmente cuando se trata de la demanda de calorías: A medida que pasa el tiempo, necesitamos menos calorías, pero una cantidad igual o incluso mayor de nutrientes.
Desafortunadamente, esto crea un dilema nutricional que necesitamos atender a tiempo para evitar deficiencias en los próximos años.
Las necesidades energéticas diarias de una persona dependen de su altura, peso, masa muscular, nivel de actividad y otros factores. A medida que pasan los años, tendemos a movernos menos, hacemos menos ejercicio y nuestra masa muscular comienza a disminuir. Si la ingesta diaria de alimentos sigue siendo la misma, es posible que la cantidad de grasa en el cuerpo aumente, especialmente alrededor del área abdominal, lo que incrementa el riesgo de padecer una enfermedad cardiovascular y otras complicaciones.
Otro problema que las personas pueden experimentar a medida que envejecen es una reducción en la capacidad de su cuerpo para reconocer sus necesidades vitales, como el hambre y la sed.
Hay muchos cambios que ocurren con el paso del tiempo, que pueden ser responsables de una disminución del apetito y estos incluyen cambios en la fisiología del cuerpo, en su funcionamiento psicológico, cambios en las circunstancias sociales, enfermedades agudas, crónicas y uso de medicamentos. Los cambios fisiológicos que pueden afectar el apetito pueden presentarse sistema digestivo, pueden ser hormonales, causados por enfermedades, dolor, o variaciones en el sentido del olfato, el gusto y la visión, y una menor necesidad de energía.
Algunas investigaciones han encontrado que las personas mayores tienden a tener niveles más bajos de hormonas del hambre (grelina) y niveles más altos de hormonas de saciedad (leptina) lo que significa que podrían tener hambre con menos frecuencia y sentirse más satisfechos con una menor cantidad de alimento, lo que puede comprometer seriamente la ingesta de nutrientes.
Si resulta difícil o simplemente ya no se tienen las ganas de comer porciones grandes, se debe intentar dividir las comidas en porciones más pequeñas y tomarlas en intervalos de tiempo más cortos. Algunas personas encuentran que pequeñas comidas son más amenas en comparación con grandes platos. Otra opción puede ser establecer el hábito de comer meriendas saludables como nueces, frutos secos y yogurt, que proporcionan muchos nutrientes en pequeñas porciones.
Es común perder musculatura y fuerza con el paso del tiempo. De hecho, el adulto promedio pierde entre el 3 y el 8% de su masa muscular cada década después de los 30 años. Esta pérdida se conoce como sarcopenia y es una causa importante de debilidad, fracturas y mala salud durante los años dorados.
Comer más proteínas ayudará a que el cuerpo mantenga su masa muscular y a luchar contra la sarcopenia. No obstante, y atendiendo los riesgos que puede representar la ingesta de grasas saturadas, lo ideal es elegir fuentes de origen vegetal.
El calcio y la vitamina D son dos de los micronutrientes más importantes para la salud ósea. El calcio ayuda a construir y mantener huesos saludables, mientras que la vitamina D ayuda al cuerpo a absorber el calcio. Desafortunadamente, el paso de los años limita nuestra capacidad para absorberlo y para contrarrestar este efecto, es necesario aumentar la ingesta de alimentos ricos en calcio y vitamina D, esto incluye productos lácteos descremados y vegetales de hoja verde oscuro.
Pequeños ajustes al estilo de alimentación pueden hacer la diferencia en las próximas décadas, así que si estás cerca de cumplir 40 años o ya estás disfrutándolos, comienza a diseñar un plan de alimentación que te favorezca y te ayude a encontrarte con tu verdadero “cuerpo de verano” pleno, saludable y lleno de energía, de acuerdo a una premisa que me gusta repetir: “Necesitamos aprender a querer comer lo que es bueno para nuestro cuerpo”.
No hay comentarios
Publicar un comentario
Tu participación nos permite mejorar los contenidos que publicamos, gracias por compartir tus comentarios con nosotros.