Estamos en el mes del amor y la amistad y cuando comencé a escribir estas líneas, la primera frase que vino a mi mente fue: “El amor entra por la cocina” una frase que parece inocente pero que ha sido repetida en tantas ocasiones que la damos por cierta. Sin embargo, ¿qué pasa cuando esa comida que se prepara con tanto “amor” nos perjudica o incluso, llega a convertirse en nuestro peor enemigo?
La comida es una, pero no es la única forma de amar al otro.
No estoy en contra de miles de generaciones que han dedicado horas en la cocina buscando consentir los paladares de sus seres queridos, le pido que no me mal interprete.
Para mi, sentarse alrededor de la mesa, en familia y compartir a diario las vivencias de cada uno, es una magnifica demostración del amor y conexión con nuestra familia. Cuando una madre amamanta a su hijo recién nacido, no sólo le provee de alimento, sino que alimenta la conexión madre-hijo después de meses de vida intrauterina… ¿Qué mayor demostración de amor que esta?
Cuidar lo que comemos, prestando atención a nuestras elecciones y buscando comer lo que es bueno para nosotros, es una hermosa demostración de amor propio, de eso no me quedan dudas!
Sin embargo, quiero llamar su atención al valor que tiene “darnos cuenta” cuando la comida se convierte en el gran “amor” de nuestras vidas o cuando en honor a ese “gran amor”, nos ponemos en segundo plano y nos rendimos a la coacción de ese ser que dice amarnos.
Note que uso mucho la palabra amor entre comillas… si pudiera escucharme, notaría el tono de sarcasmo con el que la digo, pues no todo lo que brilla es oro.
De acuerdo a la psicólogo Ana Arismendi, la comida opera como un sustituto del amor y la conexión, porque a nivel bioquímico/psicológico provee sensaciones similares a las de la intimidad compartida. No obstante, la comida sólo es comida, no es un abrazo, ni un beso, no es intimidad, ni una palabra de aliento, ni esa compañía oportuna. Así que es imperativo que aprendamos a reconocer cuando la comida está sustituyendo esos “afectos” que no encontramos a nuestro alrededor y trabajemos para ajustar nuestras velas.
Para la mayoría, tomar la decisión de hacer una “dieta” está motivada por la aspiración de alcanzar un idea de apariencia (no siempre real y alcanzable) que para algunos podría significar más afecto de esa persona (esposo, novio, padre o madre) que amamos.
Lamentablemente no todos alcanzan la meta y paradójicamente, la comida (especialmente la rica en grasas y azúcares) logra activar la producción de endorfinas y dopamina. Las primeras, disminuyen el dolor físico y emocional, ayudando a aliviar la sensación de tristeza al no alcanzar las metas y la segunda, nos brinda una sensación de bienestar momentáneo y activa las ganas de comer más, lo que comienza un circulo vicioso que puede tomarnos mucho tiempo en reconocer y dejar.
Las dietas no están hechas para toda la vida, de hecho, han sido minuciosamente elaboradas para crear esa relación de dependencia que nos hace volver y volver cada vez que necesitamos alcanzar ese ideal, que nos hará merecedores del amor y la aceptación de otro.
Es importante que pueda comprender que para establecer una relación con otra persona, usted necesita establecer una buena relación con usted mism@. Si no vive en armonía con lo que tiene y con lo que es, si no es capaz de amarSE usted mism@, difícilmente encontrarás paz en el otro.
Antes de buscar un “TE AMO” le recomiendo aprender a decir “ME AMO”
Si acabas de descubrir que tienes una relación poco saludable con la comida y que las dietas siempre han sido tu válvula de escape, te sugiero que busques ayuda profesional y trabajes en la sanación y el restablecimiento de una relación amigable (no dependiente) con ella. Algunos especialista sugieren escribir una carta dirigida a esa “dieta” que te mantiene cautiva o a esa “relación con la comida” que recién descubres, ha estado enmascarando carencias afectivas del pasado.
Sé lo más sincer@ posible, ten en cuenta que nadie estará juzgandote… y trabaja para evitar la autocrítica que muchas veces es nuestro peor enemigo.
Puedo comprender que ahora no te sientas a gusto con lo que vez en el espejo, a mi me pasó también y con la rigurosidad de un científico, quise “afinar” los detalles a un ritmo que mi cuerpo no fue capaz de sostener. Me sentí frustrada de no poder alcanzar “la meta” y mi cuerpo respondió con una furia que simplemente no pude contener. Me enfermé, me deprimí, lloré y al final solté… en ese preciso instante, se abrió una ventana y pude darme cuenta que al soltar, también di paso a la oportunidad de ver lo que necesitaba: darme cuenta que necesitaba hacer ajustes y por sobre todo, reconstruir mi relación conmigo.
Con el tiempo, he aprendido a querer comer lo que es bueno para mi y también he aprendido que salir y disfrutar de un rico postre en compañía de mis amigas o de mi esposo, también es bueno para mi. Así que disfruto cada bocado a la vez, sin ideales inalcanzables y con la certeza de saber que quienes me quieren lo hacen por como soy y no por cómo me veo, eso con los años, pasa a segundo plano.
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